viernes, 12 de marzo de 2010

La linterna

Mons. Julio Parrilla
El Señor Jesús nos dijo que no tuviéramos miedo.Se lo dijo a sus discípulos, inmersos en una sociedad adversa e incluso brutal. Les pedía un espíritu de resistencia y de compromiso que causaba asombro: los enviaba como ovejas en medio de lobos, debían perdonar siempre, amar a los enemigos y rezar por ellos, dejarse abofetear y poner la otra mejilla...Y así, a lo largo de los años, intentaron vivir imnumerables hombres y mujeres, sin más fuerza ni defensa que la debilidad de la cruz.
Lamentablemente, algunos acompañaron la cruz con la espada, influidos por las circunstancias de la historia y por los delirios del poder. Pero también hubo muchos que, a pesar de todo, como Francisco de Asís, Charles de Foucauld, Teresa de Calcuta,...recorrieron el mundo sólo con la cruz y sin la espada, anunciando a todos el evangelio del amor.
En la vida es difícil conjugar fortaleza y ternura, , diálogo y convicción, amistad y desacuerdo,... En el plano humano, los filósofos estoicos buscaban el equilibrio, como el famoso ejemplo de Epicteto, esclavo de un amo brutal que le maltrataba y, cuando le rompió la pierna, tan sólo le dijo mansamente: "¿Lo ves? Ya te decía yo que me la ibas a romper". En nuestros tiempos, Gandhi promovió la no violencia activa para alcanzar la liberación de la India frente al imperio Británico. No sólo liberó la India, sino el corazón y la conciencia de mucha gente ansiosa de encontrar la paz.
Los buenos cristianos de todos los tiempos han practicado esta doctrina hasta el martirio, prefiriendo morir a matar. No renunciaron a decir la verdad, conscientes de que sólo la verdad nos hace libres. pero su fuerza no fue la espada, sino la cruz, signo del amor mayor, del compromiso activo, paciente y solidario, en medio tantas veces de la barbarie.
Si algo necesitamos en este mundo convulso, en la familia, en el trabajo, en la sociedad civil, es dialogar desde el respeto, desde la aceptación de la diferencia, desde el reconocimiento de identidades diferentes, desde la convicción de que todo ser humano es mi hermano, aunque no lo parezca. Sólo entonces construiremos una sociedad diferente, un mundo infinitamente mejor, más humano y atrayente. Pero, para eso, hay que educar el corazón y la conciencia en un espíritu de tolerancia, de inclusión y de democracia que no siempre fluye con facilidad.
Quienes buscan la confrontación, niegan identidades y polarizan la convicencia, deberían de preguntarse, sobre todo si son cristianos, qué compromiso solidario promueven, más allá de las proclamas y de los intereses de turno.

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